María Ward, corona, y nosotras

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A menudo me asombro de que no haya casi ninguna situación que pueda ser desconocida para María Ward. Por supuesto, ella no conoció el coronavirus, pero ciertamente vivió limitaciones y detención en tiempos de enfermedades, incluso infecciosas.

En 1631, tras la supresión de las casas de María Ward, y aunque estaba bastante enferma y frágil, María Ward emprendió su tercer viaje hacia Roma a pie para hablar con el Papa. Podríamos decir: una mujer muy ocupada estaba en camino para hacer negocios.

Al llegar a Bolonia, Italia, su viaje se detuvo repentinamente. La plaga estaba haciendo estragos en Bolonia, y nadie que entrara en la ciudad podía cruzar las fronteras bajo amenaza de muerte. Las cartas que salían de Bolonia se incensaban y tardaban mucho más de lo habitual en llegar. Para poder seguir adelante, necesitaba un pasaporte que certificara su estado de salud.

Solicitó un permiso de paso el 26 de noviembre de 1631, y el 18 de diciembre el Papa dio la orden de expedir dicho documento para María Ward y sus compañeras. Sólo a principios de marzo de 1632 pudo informar el Papa y los cardenales que había llegado a Roma.

Los documentos no nos dicen qué hizo mientras tanto, encerrada en la ciudad de Bolonia. Supongo haya ofrecido sus habilidades de enseñanza a las familias locales, ya que necesitaba fondos para pagar su inconveniente estancia prolongada. Sin embargo, indudablemente experimentó todos los sentimientos que descubrimos hoy en día en nosotras: ¿Estoy a salvo? ¿Y si ya he contraído la enfermedad? ¿Qué podría hacer para ayudar a los demás sin ponerme en peligro? ¿Cómo están mis amigos, mi familia? ¿Qué pasa con mi trabajo mientras estoy sentada aquí, sin poder hacer nada? María Ward entiende nuestros temores y dudas en estos tiempos de crisis global por el coronavirus y todas las incertidumbres que esto conlleva.

Al llegar a Roma, hablaba en serio cuando le escribió al Papa: „offerisco la mia poca persona, e breve vita “– „Ofrezco mi humilde ser, y mi breve vida “. La vida es corta, e increíblemente valiosa. Así como valoramos la vida de María Ward, deberíamos estar agradecidas por la vida que tenemos, estar agradecidas por su guía en nuestras vidas, y rezar por una nueva comprensión de nuestra participación en el legado de María Ward.

Annette Haseneder

Fuentes: Dirmeier 2007 vol. 3, páginas 355 y 374f. Foto: Augsburg, adaptada (fuente desconocida)

Esther Finis