Alemania – Europa – el mundo entero está en un estado de crisis. Esta vez, no es por los mercados financieros o por la guerra. Esta vez, la crisis se debe a un pequeño e invisible virus que causa el vaivén e incluso el colapso de nuestra perfección y seguridad globalizada. No sólo los políticos y los líderes empresariales tienen que reaccionar a la crisis, yo misma estoy afectada, y también mi familia, mis amigos y mis vecinos.
Este desafío en mi vida diaria, que pensé que era tan ordenada y segura, se presenta durante la Cuaresma de 2020. Este pensamiento no me abandona. Este año, no tengo que buscar algo de qué prescindir. Este año tengo que lidiar con la abstinencia que me inflige la situación actual. Eso es nuevo y desconocido para mí. En la historia judeo-cristiana, sin embargo, el cambio que no elegimos por nosotros mismos es algo que ocurre repetidamente. Esto nos muestra que hay un desafío espiritual en juego:
- ¿Acerco mi corazón a Dios y afronto la situación con ecuanimidad y la confianza de un creyente, aunque haya una gran incertidumbre?
- ¿Actúo responsablemente y sigo las recomendaciones que ponen límites a mi libertad personal y a mis elecciones sin quejas e insurgencia?
- ¿Ayudo a mi vecino dentro de mis posibilidades y con los recursos de los que dispongo?
Tal vez esta crisis es una oportunidad para discernir que todas las medidas de seguridad que he creado a mi alrededor no me sostienen realmente. Tal vez, a partir de mi percepción irreflexiva del derecho, pueda recrear una existencia agradecida por todas las cosas que me rodean y de las que puedo hacer uso a diario. Tal vez la limitación en la que vivo en este momento puede ser la base de una solidaridad inesperada en el vecindario. Tal vez esta crisis pueda iniciar un cambio en algunos procesos de decisión política.
Los signos de un cambio en nuestra sociedad son visibles. Tal vez este tiempo de crisis es en realidad un tiempo de gracia. ¿Quién sabe?