Desde tiempo inmemorial, las mujeres querían ser bellas para ser amadas o tener poder, pero hasta el siglo pasado no tenían derecho a expresar su belleza interior a través del arte. Esta era un área reservada para los hombres. Mary Ward era hermosa según se la describe en su biografía, pero no solo en el aspecto físico: era noble, educada, católica practicante, dotada de compasión, comprometida y valiente en la defensa del catolicismo en un país donde estaba perseguido; siempre buscando lo esencial, se mantuvo alegre, amigable, atenta, llena de preocupación por todos los que la rodeaban y por su trabajo. En todo lo que hizo derramó su belleza interior y lo hizo especialmente a través del arte de educar.
En los colegios que fundó, el plan de estudios para las niñas (de las familias más pobres, personas de riesgo o de grupos vulnerables como diríamos hoy) incluía, además de estudios intelectuales y prácticos, la capacitación en las artes: música, dibujo y teatro. Las jóvenes bien educadas de la época necesitaban saber cómo administrar un hogar, cómo cocinar y coser, ser una buena conversadora y, sobre todo, tocar el piano para crear un buen ambiente en diferentes reuniones de la sociedad. Pero el drama, la pintura, la poesía y la literatura: todo esto era para los hombres con su naturaleza «racional» y que, por lo tanto, podían pensar, no para las mujeres, que eran muy «emocionales» y no podían ascender a las alturas del pensamiento y la expresión a través del arte. Si corrían el riesgo de hacerlo, usaban un seudónimo. Mary Ward, sin embargo, quería esto para sus alumnas y las primeras compañeras lucharon por ello.
Aunque aparentemente solo es un pequeño detalle en el currículum escolar, en realidad se convirtió en la semilla de una revolución para cambiar la imagen de la mujer en la sociedad. Las mujeres no son un adorno para ser juzgadas por su belleza física, una buena adquisición de la que presumir en sociedad, alguien con sus estadísticas vitales correctas, que está bien adornada, sino más bien una persona inteligente con un espíritu ennoblecido a través de la educación, capaz de lo que es bueno, de la verdad y la belleza que expresa en su vida diaria, en las relaciones y en el trabajo, pero también en el arte. Además, el arte es una forma de contemplar la creación de Dios y de convertirla en acción: el canto, el movimiento, la reflexión, la comunicación y la comunión. Una mujer liberada de los patrones establecidos del tiempo puede expresarse libremente, en toda su belleza, convirtiéndose en un punto de referencia y una inspiración para quienes la rodean, a quienes ella se ha confiado a través de su vocación … en la familia, en la sociedad, y en la Iglesia mediante su consagración.
Una mujer que se ha formado como una persona completa – mente, cuerpo y alma – sabrá cómo verse a la luz del Creador en toda su belleza. Ella sabrá cómo ver toda la creación a Su luz y expresarse luego a través de las artes, en particular a través del arte de la educación, es decir, el arte que incluye a todos los demás.
¿Me he dado cuenta de mi belleza interior a la luz del Creador?
¿Facilito que otros encuentren su propia belleza interior y les ayudo en su transformación?
Daniela Mare CJ – Provincia de Rumanía
